La quimioterapia es un tratamiento con sustancias químicas que se administra para superar la tuberculosis, algunas enfermedades autoinmunes y el cáncer. A pesar de los beneficios que pueden traer consigo este tratamiento no se puede dejar de lado sus efectos secundarios ya que no son nada agradables y si no se tratan de una manera adecuada pueden afectar mucho a nuestra vida cotidiana ya que los vómitos y las náuseas son dos de las consecuencias más habituales, que afectan al 50% de los pacientes.
Las náuseas son sensaciones desagradables, controladas por el sistema nervioso, que se manifiestan en la parte posterior de la garganta, a intervalos, y pueden culminar con vómitos. A pesar de lo aparatoso del episodio, no es más que una protección natural del propio cuerpo, que permite protegerlo de tóxicos o venenos. Junto con la alopecia, las náuseas y los vómitos siempre han sido los principales miedos de la quimioterapia. y ayudando a controlar estos efectos podemos conseguir que la vida diaria del paciente sea mucho más amena. En un tratamiento de quimioterapia las náuseas y vómitos pueden ser de tres tipos: anticipatorios, agudos o retardados. Los primeros, que padecen el 29% (náuseas) y el 11% (vómitos) de los pacientes, se desarrollan antes o durante la quimioterapia, son consecuencia de los primeros olores tras el tratamiento: el olor de la habitación o del alcohol, entre otros. Los agudos son los más comunes y se dan durante las 24 horas posteriores al inicio de la quimioterapia. Dependen, sobre todo, del tipo de fármaco, de la hora de la administración y de la dosis. Las náuseas y vómitos retardados, también llamados crónicos, se detectan un día después de haber recibido el tratamiento.
Hoy en día se dispone de diversos tratamientos antieméticos que han mejorado mucho la situación, en comparación con años atrás. Los más conocidos son los antagonistas de la serotonina, los inhibidores del receptor NK-1 y los corticoesteroides. Sin embargo, queda mucho camino por recorrer.
Además de estos tratamientos médicos, algunas terapias complementarias, que no los sustituyen, pueden aliviar al paciente. Tienen más probabilidad de ser efectivas, aunque todavía con poca evidencia clínica que lo sostenga, la acupuntura, la acupresión (similar a la acupuntura pero con presión manual o con los codos), musicoterapia, técnicas de relajación, información y educación y el uso terapéutico del cannabis.
Otras terapias alternativas, sin eficacia científica demostrada, son la hipnosis, el ginger (planta de alta tradición medicinal), la aromaterapia, el ejercicio y la relajación.
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